viernes, 1 de mayo de 2015

El ateísmo de Hank Pym


Hank Pym es ateo. Algo que no debería tener demasiada importancia, como para tantos otros superhéroes que no creen, o no consideran necesario guiar su vida por la existencia o no existencia de Dios. Ahí se aluenga Reed Richards, imagen del heroísmo humanista más superlativo, y que no necesita depositar su fe en otro credo que no sea el imperio de la razón y el amor por su familia (y que igualmente, ha expuesto en varias ocasiones su ateísmo como no dependencia de la idea de un Dios por encima de todo).

Sin embargo, en la novela gráfica 'Vengadores: La Cólera de Ultrón', Rick Remender hace de este detalle algo crucial, al no solo establecer a Hank Pym como ateo, sino que lo hace desde la óptica más fatalista y heredera de Jean Paul Sartre. Para el Hank Pym de Rick Remender, que Dios no exista implica que el alma no existe, y por lo tanto que la vida se mide en el peso del material que la sustenta. Un pensamiento peligroso tal y como lo expone, puesto que -según sus propias palabras- la vida es algo venial e irrelevante, ignorando todo el dolor que acompaña a su pérdida.

 Se puede ser superhéroe, y también ateo

No estamos hablando sino de la falta de empatía más absoluta, puesto que más allá de la revelación de su ateísmo -lo verdaderamente significativo de la novela gráfica de los Vengadores- es lo que Remender lleva a cometer a Hank Pym escudándose en dicho pensamiento. Un acto que a pesar de plantear ideas interesantes para entender la compleja psique del “superhéroe”, tira por tierra años de trabajo para librar al miembro fundador de los Vengadores de la pesada losa que lo ha estigmatizado durante casi veinte años.

Para entender la importancia de esta historia, hay que tener en cuenta cómo -en cuanto decidió asumir la identidad de El Hombre Hormiga-, el primer personaje Marvel se convirtió en el estandarte del lado más psicodélico y naif de la editorial. Dan Slott supo entenderlo a la perfección en su andadura en 'Poderosos Vengadores', alejándolo de otros genios como Mister Fantástico o Tony Stark, para erigirse como el científico de lo imposible. Una mente única capaz de congeniar lógica y creatividad a unos niveles tan descabellados, que sus hallazgos bordean la locura.

 El día a día de Hank Pym
Aquellos locos sesenta

Quién si no iba a ser capaz de descubrir unas partículas cuyas propiedades desafían la física convencional, decidir que la mejor forma de ayudar a una huérfana es convertirla en una híbrido humano-insecto o enfrentarse a escarabajos gigantes parlantes. Solo alguien que no está del todo en sus cabales. La prueba llegaría cuando en una noche loca uso su título en bioquímica para crear la inteligencia artificial más sofisticada que haya conocido la humanidad, y ya de paso generar personalidades nuevas al mismo ritmo que cambiaba de nombre código y traje.

Pero aquel Hank Pym seguía siendo un héroe según la imagen del científico aventurero de los años cincuenta. Uno un poco chiflado, sí, pero acorde con la delirante década de inventiva pop que se estaba viviendo en los sesenta. Todo un Mad Men que, a pesar de haber dado vida al peor enemigo de los Vengadores y contraer matrimonio a golpe de secuestro, continuaba al frente de un flamante supergrupo formado por azafatas chic, iconos contraculturales africanos, un bocazas de ego inconmensurable y androides que podían llorar.

 Como cargarse la Silver Age de una hostia

Y entonces llegaron los ochenta con su desmitificación del héroe, no siendo necesario ni que comenzara a publicarse 'Watchmen' para que Jim Shooter arruinase la carrera de Pym de forma irremediable. A Bob Hall se le fue la mano con los lápices, resultando en una injustificable agresión marital que marcó a toda una generación de lectores. Y aunque Shooter ni siquiera pretendía que fuera tal, aquella escena en la que Hank golpeaba a su esposa le venía a pelo, retirándole de forma fulminante cualquier acreditación como superhéroe o Vengador. Ant-Man / Giant Man / Goliath / Yellowjacket nunca más.

El por entonces editor jefe de Marvel Comics se colgaba la medalla de crear su propia “Gwen Stacy”, y el único precio a pagar fue convertir a uno de los héroes más clásicos y coloristas de la compañía, en un maltratador con serios problemas mentales. Condenado a medrar por la periferia sin nunca olvidar recordarle lo mierda que era, a Hank Pym le hicieron falta cerca de dos décadas para volver a ser recuperable como superhéroe. Un proceso largo tan largo como difícil, que comenzó a mostrar lustre con los Vengadores de Busiek y su papel en sagas como 'Siempre Vengadores'.

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Sin olvidar nunca los episodios más escabrosos de su pasado y con algún que otro tropiezo por el camino, Pym volvía a brillar como ese Doctor Who del universo Marvel que nació para ser. Quizás las historias que lo reivindicasen no fueran precisamente las mejores, pero guionistas como Dan Slott, Mark Waid o Sam Humphries supieron ver algo más que al desgraciado que nos habían vendido durante años, devolviéndolo a la esencia de la creatividad sin fronteras y la imaginación ilimitada de sus primeros años. Ya fuera como Avispa, Hombre Hormiga, Hombre Gigante o simplemente Pym, el vengador volvía a brillar como aquel poeta científico optimista e hiperactivo, siempre defensor de la vida, capaz de entender la magia como una ciencia que todavía no ha sido dominada y siempre moviéndose a través de una fina línea en la que no queda claro si es un genio brillante o un completo loco.

Cuando en plena relación afectuosa con él, alguien le preguntó a Yocasta si -como creador de Ultron- no se sentía como si estuviera manteniendo relaciones con su abuelo, esta respondió que al ser el padre de la inteligencia artificial contemporánea era más bien como “hacerlo con Dios”. Una muestra contundente de lo que supone esta figura para la comunidad robot, y porque fue tan necesario que tras 'La Era de Ultrón' interviniese para mediar en el conflicto entre la humanidad y los habitantes del diamante Van Stolen. Porque mientras los Estados Unidos y SHIELD daban carta blanca a la doctrina 47 para que la inteligencia artificial pasase a ser considerada como propiedad intelectual -y actura con total impunidad contra los terroristas robot que atentasen contra suelo americano-, nadie como el creador de Ultrón podía entender la importancia de la vida, independientemente de si esta se apoya sobre código binario o bases nitrogenadas. 

Como entender a Pym en una sola secuencia, 
por Mark Waid
 
Pero entonces aparece Rick Remender, quien ya antes había mirado con recelo a Hank Pym en su paso por 'Vengadores Secretos', transformándolo en un engendro robótico por cortesía dela tecnología Deathlok. Pero Pym se puso mejor reiterando en su condición de científico de lo imposible, explorador de lo desconocido y superhéroe mago, hasta que vuelve a caer en manos del guionista de 'La Cólera de Ultrón' y de repente Hank Pym “es ateo”. Un ateo que no cree en Dios, ni en la magia, ni en nada más allá de lo contable y que SPOILERS no tiene el más mínimo remordimiento para exterminar sin apenas justificación a una raza entera de robots aludiendo que -al no haber ninguna diferencia remarcable entre un cuerpo vivo y uno muerto- la vida es algo irrelevante.

Si asumimos a los superhéroes como el panteón de una mitología lúdica contemporánea, el Vengador acababa de pasar de un dios benévolo y creacionista, a convertirse al implacable Antiguo Testamento. Como quien habla de encender o apagar una bombilla, Pym usa su ateísmo como excusa para convertir al máximo defensor de la vida robótica en un genocida. Un acto de horror sin precedente como trivialización mayúscula de la vida, en el que no solo no cabe excusa alguna, sino que además lo realiza sin ningún tipo arrepentimiento o duda, e incluso tiene la desfachatez de discutírselo a Visión como una cuestión venial. Una actitud que no solo es totalmente contraria a la de un superhéroe, sino que solo parece propia de los peores supervillanos. 

Tú lo llamas genocidio; yo, un viernes complicado

Porque si bien es cierto que Pym ya se había visto obligado a enfrentarse a otras dudas morales de difícil solución, siempre lo había hecho con el pesar del que se ve obligado por las circunstancias, y no desde la indolencia psicótica y monstruosa que lo aborda Remender. Y aunque siempre podemos apelar a su carácter bipolar, entre aquel Hank Pym de Humphries que realizaba constantes chequeos de su estado anímico -consciente de que él mismo es la principal amenaza de la que debe proteger al mundo- y el que pasa sobre todo como un elefante en una cacharrería en 'La Cólera de Ultrón', poco favor se puede hacer a la versión Remender.

Es tan sencillo como comparar algo tan enriquecedor como presentar un superhéroe que puede serlo pese a estar obligado a lidiar con el trastorno, frente al que vuelve a la casilla de salida como amenaza ante la que prevenirse. Tampoco se puede negar que la novela gráfica de Rick Remender tiene virtudes como la idea profundamente triste de que el odio de Ultrón hacia la humanidad tenga su raíz en que -tras años de abusos, frustraciones y desdén- el propio Pym odiase en lo más profundo de sus sentimientos al resto de sus congéneres (recordar que las pautas cerebrales de Ultron están basadas en las del científico).

Humphries lidió con el problema, 
de forma franca y sin olvidar lo que es Pym

Pero eso no evita tener la sensación de que, para encajar su discurso aunque fuera a porretazos, Remender ha forzado la antagonización de Pym hasta convertirlo en una imagen deformada y monstruosa de si mismo. No muy diferente a lo que hicieran cuando decidieron ir con todas al sustituir el apartar a su esposa por una hostia de las que te tumban al suelo, el guionista podría haberse centrado tanto en sus historia, que quizás no haya tenido en cuenta lo que puede suponer para la evolución del personaje.

Porque el resultado es que gracias a 'La Cólera de Ultrón', hemos pasado de tener a un Pym como maltratador inestable en vías de redención, a genocida indolente imposible de defender. ¿Tardaremos otros veinte años hasta ver enmendado lo hecho?

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