viernes, 26 de febrero de 2016

Cry Havoc, el tiempo del lobo


¿Cómo de dueños somos realmente de los cambios que experimentamos a lo largo de nuestra vida? ¿Alguna vez habéis mirado atrás y os ha costado relacionar a la persona que eráis entonces con quienes sois ahora? ¿Os habéis sentido alguna vez como si contemplaseis a una suerte de crash-dummie vacío guiado por una inercia desconocida cuando contempáis a ese yo-pasado sin entender algunas de las decisiones que tomastéis en vuestra vida? ¿Cómo ha afectado esta indescifrable yo que ya no está en vuestro presente? Hace unos días realizaba un exhaustivo -y demasiado farragoso para lo que me habría gustado- análisis delprimer número de Cry Havoc, la nueva serie de Simon Spurrier para Image Comics. Leída la segunda entrega, no tengo la menor idea de a donde pretende llevarnos el guionista, pero el relato que está construyendo se presenta como un entramado tan complejo, tan desquiciadamente planificado hasta los más enfermizos detalles y tan perturbadoramente extraño que creo que ya estoy atrapado.


Como una planta atrapamoscas en la que mientras más profundo te adentras menos posibilidad hay de volver atrás, el británico no engañaba a nadie cuando afirmaba algo similar a “Esta no es la historia de una mujer lobo lesbiana que es enviada a la guerra, pero podría decirse que comienza así”, en solo dos números me siento como si hubiera saltado a una piscina pensando que apenas supera el metro y medio, para encontrarme que ya me ha cubierto por varios palmos la cabeza y aun así no deja de profundirzas. Incluso hablar de “reinvención del mito de los hombres lobo” como hiciera en la reseña se ha quedado ridículamente insuficiente, para una historia que del terror psicológico urbano y los relatos de guerra con monstruos acaba de saltar al territorio de The Unwritten, y cuya última página... ni siquiera se si quiero interpretar.


Entre brutales desmembramientos, pollas con olor a queso, palabras que fluctúan como mucho más que meras combinaciones de letras, pennangalans, complejos onanistas y otros gatos muertos, es la escena en el Lugar Rojo la que probablemente haya trastocado todo lo que ya daba por asumido, forzándome a fruncir el ceño en busca de cualquier nueva pista con la que comprender hacia dónde me nos está llevando Simon Spurrier. Una incertidumbre más adictiva que disuasoria dado lo meticulosamente que parece haberlo planeado el escritor todo, y en la que sigue invitándonos a formar parte de las cuestiones a las que se enfrenta una protagonista tan perdida como nosotros.


Mejor mantener las nueronas bien activas al adentrarse en este territorio de guerra, ya que todo gira en gran parte alrededor de la idea y de la capacidad de nuestras mentes para generarlas como pensamiento independiente. ¿Cómo de independiente? Quizás no mucho más que la capacidad del agua para generar ondas circulares cuando lanzan una piedra en ella. Qué tiene esto que ver con los hombres lobos, una protagonista que ha pasado de llevar una no-vida tranquila en Londres a verse alistada en un comando de operaciones en territorio muyahidín es parte de esta extraña y fascinantemente absorbente historia que ya me tiene entre sus garras. 


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