martes, 16 de febrero de 2016

Peppermint Frappé, el vértigo de Carlos Saura


Sí hace unos días le comentaba con otro viejo parroquiano de estos mundos digitales como 'Vertigo, De Entre los Muertos' de Alfred Hitchcock debe ser una de las películas más veces homenajeada / referenciada / plagiada / fusilada de la historia del cine, hoy me encuentro en uno de los especiales cinéfagos de la dos una película de Carlos Saura que es prácticamente un remake del clásico del director de 'Psicosis'. Aquí no hay detectives, ya que estamos en España y esas cosas son un poco de ciencia ficción, ocupando el lugar de James Stewart un perturbador Jose Luis López Vázquez en la piel de un profesional médico del campo del radiodiagnóstico en la ciudad de Cuenca. De cuando las consultas se encontraban en residencias privadadas de lo que hoy son zulos de naftalina y olor a muerto escavados en bloques de pisos centenarios.

Pero lo que si ahí -al igual que en la película de Hitchcock- es una doble mujer fatal interpretada por una Geraldine Chaplin que me ha hecho tener que consultar la ficha técnica de 'Peppermint Frappé' para asegurarme de que eran la misma persona. Trabajo conseguido. Como ocurriera con el personaje de Kim Novak en 'Vertigo', la Elena / Ana interpretada por la hija de Charlot es la trampa mediante la cual el Julián de López Vazquez se ve arrastrado por sus demonios personales, de nuevo ataviados con sudarios de pasiones reprimidas, cordialidad fingida y una intoxicante bruma de muerte que lo envuelve todo.


Sin embargo, no hay rastro en 'Peppermint Frappé' ni de tramas monetarias ni de extrañas afecciones melancólicas empujando a los abismos, sino una enfermiza, punzante y enervantemente abrasiva convivencia entre dos mundos, en donde lo nuevo y lo viejo se dan la mano a través de un caserón de la alta burguesía. De los de antes. De esos que con el tiempo se han ido descuidando, con estancias limitrofes repletas de recuerdos ajados, mientras la naturaleza se abre paso entre esquéleticos árboles y mantos de hojas secas que se introducen por rincones ya olvidados.


Allí llegan Pablo y su esposa Elena, el hombre de negocios que ha visto mundo junto a la efervescente extranjera de actitud extrovertida y burbujas de amor sin ataduras flotando entre sus cabellos. A la espera un viejo amigo que ha dedicado su vida entera para el pueblo, con la frialdad formal y mecánica de un profesional de la medicina. Todo son juegos, fiestas y risas hasta que dejan de serlo, en un cocktail que incluye a una sumisa auxiliar de rayos, tamboriladas tradicionales, recuerdos imposibles incrustados en la mente y la dilución de la personalidad entre otras pasiones soterradas bajo el manto de las apariencias. Una mezcla explosiva con olor a ruina, y en la que -por supuesto- no puede faltar un cuadro. 


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