martes, 31 de mayo de 2016

Pájaro Burlón, la verdad sobre los tampones


A pesar de que la incansable perorata de los que se aferran a la expresión ¡corrección política! / ¡políticamente correcto! como un mantra con el que tratan de que nos sintamos culpables por el progreso social, es interesante ver como a crecido considerablemente durante los últimos cinco años la proporción de autoras en el mundo del cómic. Especialmente si comparamos este periodo con el resto del siglo.

En la actualidad, no solo podemos encontrar más mujeres guionizando, dibujando o encargándose de cualquier faceta relacionada con la producción de cómics de la que ha habido durante la mayor parte de la historia, sino que la condición de su género esta comenzando a dejar de ser el rasgo que las defina. Como ocurriría con los Brian Michael Bendis, Geoff Johns o Robert Kirkman que pululan por ahí, ya no hablamos de gente como Kelly Sue DeConnick, Amanda Conner, Gail Simone, Marjorie Liu, G. Willow Wilson, Margeritte Bennett, Becky Cloonan o Kate Leth por el simple hecho de ser mujeres en un mundillo de hombres, sino de acuerdo a valores puramente creativos. Tan es así, que a día de hoy es posible reconocer a muchas de estas escritoras por un estilo diferenciado que en muchos casos poco tiene que ver con las demás -ni Marjorie Liu escribe como Kate Leth, ni Becky Cloonan lo hace como G. Willow Wilson o Margeritte Bennett-, paso fundamental de cara demoler las barreras de género dentro de la profesión

A hero is born!

Abriendo además la puerta a que cada uno tenga sus predilecciones dentro de este boom de las autoras de cómics, de entre las nuevas incorporaciones confieso tener una singular predilección por el trabajo de Chelsea Cain. Novelista de pasado contracultural, lo que hace particular a los cómics que he podido leer de la escritora de Dharma Girl es su extraña mezcla entre la aventura psicodélica, humor pasado de rosca y la habilidad para clavar sus garras en incisivos conceptos de ciencia ficción. Un estilo difícilmente clasificable gracias al que ha logrado que Pájaro Burlón sea algo más que la versión para pobres de La Viuda Negra y Canario Negro, apoyándose en su condición como una de las pocas superespías / superheroínas que además es científica, para un tono único a sus aventuras a medio camino entre las andanzas de los británicos Steed & Mrs. Peel o El Prisionero.

Siendo la comparativa más próxima el Casanova de Matt Fraction, si bien es cierto que el Pájaro Burlón de Chelsea Cain y Kate Niemczyk tampoco es una obra que recomendaría con los ojos cerrados a cualquiera -demasiado irregular entre número y número, dependiendo en gran medida de lo inspirada que esté la guionista- si que despide una intoxicante frescura caótica ajena a cualquier molde que me tiene enganchado. Probablemente uno de los alegatos feministas más endiabladamente ingeniosos que he podido toparme dentro del cómic de superhéroes, la tercera entrega de la serie bien podría ser buen ejemplo de sus virtudes, en un número que nos traslada a los complicados orígenes de Bárbara Bobbie Morse, para saltar entre realidades incómodas y mitos que se desmoronan bajo su peso.

No más sexismo, no más racismo. Las heroínas 
gozan hoy del mismo prestigio que sus contrapartidas 
masculinas. Ganamos la guerra, chicas (es broma, 
todavía sigue siendo todo una mierda)

Desde ese arranque en el que la escritora relata las vicisitudes de su protagonista en sus muchos intentos de conseguir superpoderes cuando todavía era una niña -para terminar abandonando tras darse cuenta de que el rasgo estadístico fundamental para convertirse en superhéroe era ser un hombre- hasta el brillante final, Cain no deja de bombardearnos con perlas estratégicamente situadas sobre bombas de relojería hormonales, pizpiretas adolescentes de destrucción masiva, acromatismos mortales y complementos de higiene personal como bandera reivindicativa. Todo, sazonado con mucha ciencia loca -y no tan loca-, mientras Pájaro Burlón lidia con una situación de rehenes en la que está en juego en que en América por fin se pueda hablar de tampones. Reflejo de como la barrera de géneros por fin está comenzando a caer en una industria tradicionalmente monopolizada por los hombres, y como en gran parte ha sido gracias a la determinación de unas autoras que a pesar de no dar el perfil -Gail Simone dixit-, nunca han dejado de intentarlo. Al fin con el reconocimiento que se merecen, como diría el propio cómic, ya iba siendo hora.


"¿Es peligrosa?"
"Todas las niñas de 12 años son peligrosas"

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