martes, 31 de mayo de 2016

X-Men Apocalipsis, de árboles y mutantes


Independientemente de si ya la has visto o estas al tanto de las reacciones tan dispares con las que se ha recibido, es muy probable que no te sorprenda si afirmo que X-Men: Apocalipsis es una película extraña. Prácticamente contracorriente. Mientras Marvel Studios y Warner están enfrascados en su guerra por quien la lía más gorda, Bryan Singer parece pasar de todo de forma casi temeraria, dedicándose a ir a lo suyo, manteniéndose coherente al discurso de una saga a la que no le tiembla el pulso a la hora de destinar dos terceras partes de esta nueva entrega al desarrollo del escenario y los personajes, condensando toda la acción en su tramo final. 

El resultado es un film sin prisas, casi conscientemente humilde dentro de la feria de barraca en la que se ha convertido el cine blockbuster de la actualidad, y que se muestra más próximo a las películas de aventuras de los ochenta o cualquier episodio piloto de los seriales animados de dicha década, que a las superlativas ambiciones de los Batman v Superman y Civil War de turno. Y aunque seguramente no falten los que consideren esto un defecto, a título personal solo puedo agradecer al artífice -en mayor o menor medida- de X-Men, X2, La Decisión Final, Primera Generación, Días del Futuro Pasado y esta X-Men Apocalipsis, por permitir a los personajes de espacio para respirar, mientras que el se limita a dejar huella de elegancia en secuencias para que se puedan lucir. 


De entre ellas, me parecen especialmente reseñables dos pasajes paralelos protagonizados por Magneto y Xavier, y que a parte de poseer un gran simbolismo debajo de su aparente cotidianidad, son un perfecto ejemplo de lo fino que hila Singer y el grado de sutileza con el que sabe usar el lenguaje cinematográfico para expresar ideas. Parte de una película que -como cierre de esta segunda trilogía de los X-Men con el que culmina la saga de Charles, Raven y Erik-, dichas escenas se nos presentan englobadas dentro de la inquietud de X-Men: Apocalipsis por proseguir explorando temas como la forja de las ideologías, la continua pugna entre el pasado escrito en piedra y el futuro con su promesa de cambio, así como aquella idea vertida en Días del Futuro Pasado sobre si el tiempo puede mutar, aquí reflejado como las vicisitudes que es necesario atravesar para transgredir la narrativa de uno mismo. 

De alguna forma u otra, todos estamos definidos por nuestro pasado, y dejarlo atrás para construir una nueva vida, puede suponer una empresa edípica de imposible ejecución. Pensamiento fuertemente arraigado en el personaje de Magneto, quien a pesar de los numerosos intentos de reencauzar su vida protagonizados en los cómics, siempre ha terminado volviendo una vez tras otra al punto de partida. La tragedia sufrida junto a su pueblo en los días como prisionero en Auschwitz es una inamovible losa sobre los hombros del amo del magnetismo, quien nunca conseguido pasar página, dando pie a que guionistas como Grant Morrison hayan jugado con ideas como la vacuidad de su discurso incapaz de ver más allá del dolor y el odio. 


En el cine, este aspecto se nos muestra con una interesante vuelta de tuerca, a través de un Magneto que de verdad quiere cambiar, pero al que la vida arroja una vez tras otra al mismo camino, reavivando constantemente su herida a través de la reiteración en la tragedia. Algo que ya comentaba en el post dedicado al rol como divinidad monoteista que Apocalipsis juega en la cinta, pero que además funciona para presentar a Erik como alguien completamente definido por su pasado, ya lo quiera él o no. 

La escena en la que vemos al personaje de Michael Fassbender cantando a alguien muy cercano una canción de buenas noches trasmitida por su familia de generación en generación -mientras le hace entrega del medallón de sus padres afirmando su esperanza en que este ciclo se perpetue con esta persona-, es una forma de mostrarnos a Magneto como una persona de tradición, fuertemente arraigado en la tradición y la costumbre. Algo que irremediablemente dará pie a que se vea arrastrado por la senda de Apocalipsis -quien al fin y al acabo personifica a ese pasado que resurge para proclamar la vuelta a ese supuesto orden natural de las cosas-, mientras que por otro lado tenemos otra escena protagonizada por Xavier, con un objetivo similar pero sentido inverso. 


Aceptando la necesidad del cambio al final de Días del Futuro Pasado, así como de que todo no es tan blanco y negro como siempre ha defendido, Charles se encuentra en las inmediaciones del Instituto, cuando uno de sus alumnos destruye accidentalmente un árbol centenario que después descubriremos era uno de los vínculos que le quedaban con su abuelo. Lejos de darle importancia al incidente, Xavier consuela al muchacho mientras sonríe ante el potencial mostrado por este, representándosenos como alguien que otorga más importancia al futuro que a lo que se queda en el camino, aspecto crucial a la hora de erigir al Profesor y sus X-Men como herramienta de cambio en oposición a Apocalipsis. 

Ambas escenas son presentadas con total naturalidad, sin subrayar artificiosamente nada en ningún momento y sirviendo a la perfección para definir tanto los roles de cada uno de los personajes, como el camino que seguirán a lo largo de la cinta. Un camino en el que Xavier y Magneto vuelven a ejercer como polos opuestos, pero con una función muy diferente, con la que Singer no solo añade una capa más a su relación, sino que también para esta saga mutante, que a pesar de su apariencia mucho más modesta, ha terminado siendo la que muy probablemente englobe más propuestas sugerentes en todo su género. 

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